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Nos cuentas cómo fue?
Pues yo ya había sido un cornudo con anterioridad. Otras chicas con las que había salido me pusieron los cuernos. Con dos de ellas puede incluso ser testigo del nacimiento de mi cornamenta, y de esas dos, con una fue de forma consentida, si es que puede llamarse así, porque nunca habría sido capaz de negarle nada. Estando con esta última me puse a investigar el mundo de los cornudos (hablo del año 2001), y empecé a ver lo poco que había entonces sobre corneadores negros. No pude experimentarlo con ella - una lástima porque sé que lo habría hecho encantada - pero por motivos laborales tuvimos que separnos para siempre. En ese momento no sabía lo que me arrepentiría de aquella decisión. Entonces, unos meses después conocí a la que acabaría siendo mi mujer, Carmen. Era una chica recatada, sólo había tenido un novio formal y se había acostado con un tío tras una noche de juerga y bajo los efectos del alcohol, algo de lo que, según ella misma decía, se había arrepentido. En fin, se había criado entre muchos prejuicios y le costaba trabajo soltarse. Pero poco a poco, lo fue haciendo conmigo. Llevábamos unos diez meses saliendo cuando nos apuntamos a clases de bailes caribeños. El profesor era un cubano negro, no mulato, negro. Era más bien bajito, como yo, pero vestía una enorme sonrisa de dientes blanquísimos que era imposible hablar con él y que no te cayera bien, un tío simpático y siempre feliz. La capacidad que tenía para mover su cuerpo era impresionante, y eso llamaba mucho la atención. Era evidente que a la parte femenina de su alumnado la tenía encandilada: sonrisa, educación, amabilidad, un cuerpo joven y fibrado y además un tipo cariñoso. El caso es que yo sabía que a Carmen le gustaba pero que reaccionaría de forma violenta si le insinuaba que se acostara con él, simplemente no lo entendería. No tardamos mucho en enterarnos que se estaba acostando con varias de las mujeres que iban a sus clases, tanto con las que no tenían pareja como con las que sí la tenían. Fue Carmen quien me lo dijo porque las que se acostaban con él se lo habían confesado. Todas hablaban maravillas de lo que era capaz de hacer, de lo dotado que estaba y de lo cariñoso que era cuando tenía que serlo. Algunas afirmaban que no habían sabido lo que era tener un orgasmo hasta que él se lo enseñó. Carmen me lo comentaba entre sorpresa e indignación, pero también con curiosidad. Me dijo que le parecía muy mal lo que hacían las que tenían pareja, aunque entendía que las que no, aprovecharan la situación. Yo le iba diciendo que tampoco era tan grave, que las que tenían pareja también tenían derecho a disfrutar, a saber que se siente cuando te folla un experto. Ella se escandalizaba y me decía que qué me parecería si fuera ella la que lo hiciera. Yo le contestaba que, siempre y cuando fuera algo que yo supiera, que no me ocultara, no sería un engaño, sería algo consensuado, satisfacer una curiosidad, nada más. Ella decía que estaba loco. El caso es que sabía que ella no iba a caer estando sobria, por lo que tendría que buscar el momento propicio. Robert, el profesor de baile, se arrimaba a ella y le restregaba el rabo por el culo cuando bailaba con ella, pero ella se ruborizaba y se limitaba a decir: "qué cara tiene este tío", mientras dejaba entrever una sonrisa. Así que un día aproveché para animar a unos cuantos, a quedar después de la clase de baile a tomar unas copas y pedimos a Robert que nos acompañara. Carmen bebió lo suficiente para que todo le importarse muy poco, y eso en ella no es beber más que tres copas. Bailaron y nos fuimos quedando los tres solos. Entonces pedía a Robert que me hiciera una demostración de cómo hay que bailar con una mujer como Carmen. Y lo hizo, vaya si lo hizo. La magreó todo lo que quiso, se pegaba a ella y la apretaba contra su polla, le tocaba las tetas, le ponía las manos en el culo. Imagino que todos los que estaban en la discoteca pensarían que la pareja de ella era él y no el tío que estaba mirando en la barra cachondo perdido (yo). El caso es que después de bastante rato vienen a la barra y Carmen me dice al oído que estaba supercaliente y que quería que nos fuésemos a casa a follar. Se refería a ella y a mi.Le dije que de acuerdo, pero que antes llevaríamos a Robert en el coche a su casa. Una vez en el coche, pregunté a Robert si quería tomarse la última copa en casa. Carmen me miró entre sorprendida y contrariada. Ese no era el plan, ¿qué pretendía?, debió preguntarse ella. Una vez en casa puse música y les pedía que bailaran juntos mientras preparaba unas copas. Ahí Robert ya empezó a comerle el cuello, mientras ella no hacía nada por pararle, solo me miraba extrañada y excitada. Yo sonreía y asentía. Hasta que ella comprendió la situación y empezó a quitarle la camisa. Él le quitó el vestido, ella me miró y me dijo: "quédate aquí", y se fueron a nuestra habitación. Desde fuera, no tardé en oir los ruidos de la cama sufriendo los movimientos de aquel semental y los gemidos de mi novia. Podía oir como se corría, y como pedía más. Fue mucho tiempo, más de una hora hasta que hubo un silencio. Entonces llamé a la puerta y escuché a Robert decir que podía pasar. Allí estaba él acostado boca arriba, con su enorme polla negra semierecta, mientras Carmen descansaba su cabeza sobre el pecho de él y me miraba cansada y en éxtasis. "Ha sido increíble", dijo ella. "Nunca había sentido algo así", añadió. "¿Te gustaría repetir?", pregunté- Ella, tras mirarme como si no se acabara de creer lo que estaba pasando, me dijo: "claro que sí". "¿Puedo mirar esta vez?", pregunté yo. "¿Estás seguro?", dijo ella. "Claro que sí", contesté. "¿A ti te importa?", preguntó Carmen a Robert. "No hay problema", dijo él. Acto seguido, ella agarró su polla y se la metió en la boca. Empezó a chuparle el rabo enorme mientras me miraba. Paró un momento y me dijo: "es enorme". Y siguió chupando. El resto fue más de lo mismo: follar, follar y follar. En diferentes posturas, mientras ella se corría, se corría y se corría. Robert acabó corriéndose en su boca, algo que a mi no me dejaba hacer. Cuando Robert se fue, ella me preguntó: "No te entiendo, ¿te ha gustado que me haya follado él?". Y yo le respondí: "por supuesto que sí, me ha excitado mucho. A ti ¿te gustaría repetir?", pregunté. Ella me besó, me miró a los ojos y me dijo con una sonrisa: "cuando quieras". Desde aquel día, antes de casarnos y después, Carmen estuvo acostándose con otros amantes, preferiblemente, por no decir exclusivamente, negros. Su actitud fue cambiando, fue encontrándose cómoda con la situación y fue tomando una posición dominante respecto a mi, poniendo ella las reglas y yo sirviéndola como un esclavo sirve y adora a una Diosa.
 
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